Es chocante encontrarse en un blog de estas características con un personaje como Gene Callahan, defensor de algunas de las ideas de la deplorable Escuela Austriaca. Sin embargo, el análisis que realiza sobre el minarquismo y su amor por el Estado me parece bastante aprovechable para cualquier antiautoritario.
Empezaré con una explicación sobre qué es el minarquismo:
Mientras los mal llamados "anarcocapitalistas" buscan la completa supresión del Estado y la conservación de la propiedad privada, todo ello unido a una perversión del concepto de "libertad individual", a la búsqueda de competitividad y a una confianza ciega en la caridad (de anarquistas tienen bien poco, ya que eliminan toda influencia obrera y de carácter socialista que siempre ha caracterizado esta ideología), los minarquistas creen en el mantenimiento de un Estado mínimo que sustente ciertas competencias (el monopolio de la violencia a través de justicia y seguridad).
Con todos ustedes: "La más crucial de las brechas políticas"
"Imagínese
dentro de una sala atestada de hombres, cada uno de ellos ansioso por
argüir su posición en lo concerniente al tema del maltrato a las
esposas. Algunos de los asistentes defienden el derecho a maltratar a
sus mujeres siempre que les hayan molestado. Otros consideran que esa
postura es demasiado severa y afirman que sus esposas sólo deben ser
maltratadas en ocasiones más importantes, tales como, por ejemplo, las
relacionadas con la economía doméstica. Por último una tercera facción
sostiene que el abuso conyugal sólo esta justificado en los casos más
cruciales y solamente de no encontrarse medios menos drásticos para
garantizar el resultado deseado: por ejemplo, cuando su esposa no
contribuye tanto como uno cree que debería a la seguridad familiar.
Sin
embargo, usted encuentra tales acontecimientos totalmente aberrantes,
ya que considera que el maltrato a cualquier persona es inmoral, aun si
fuera la única manera de alcanzar un fin deseable e importante. Usted
cree que la violencia contra el prójimo sólo está justificada como
autodefensa y solamente en la intensidad necesaria para detener al
agresor.
Imagine su asombro si los miembros del grupo que aboga
por el abuso contra las mujeres solamente en circunstancias extremas le
declaran que son sus aliados naturales, proclamando que la diferencia
entre su posición y la de ellos no tiene mucha importancia comparada con
la gran brecha que separa a los abusadores mínimos de los que están más
entusiasmados con la práctica.
Usted, discrepando, diría que lo
que tienen en común los "pequeños" agresores con el resto de la asamblea
es la voluntad de maltratar a su esposa si es que con ello obtienen el
fin que han determinado como valioso, y que esto tiene mayor
trascendencia que el hecho de que la cantidad de palizas descargadas
sobre sus mujeres por estos "pequeños" agresores (digamos, unas cinco al
año) esté más cerca a su total ideal (cero) comparado con el resto de
los agresores (que le darían una paliza diaria).
La situación
descrita anteriormente es análoga a la que me encuentro cuando, por
ejemplo, estoy en una conferencia y oigo a un liberal minarquista
afirmando que la diferencia entre el minarquismo y la anarquía está
separada por una estrecha barrera que es casi indetectable si es que se
mira desde una perspectiva global que tenga en cuenta el amplio abanico
de las actuales posiciones políticas. Dice, por ejemplo: "Cuando
reduzcamos las responsabilidades del estado a tan solo proveer defensa y
protección de la vida y la propiedad, nosotros los minarquistas y
Ustedes los anarquistas tendremos bastante tiempo para poder discutir la
posibilidad de deshacer el estado completamente."
Aunque estoy
perfectamente dispuesto a cooperar con cualquier persona que comparta un
objetivo político conmigo, creo que el concepto señalado, que los
minarquistas y los anarquistas son prácticamente indistinguibles fuera
de un pequeño e irrelevante desacuerdo, es profundamente erróneo. De
hecho, en cuanto traigo a colación la cuestión política más importante,
la brecha entre los minarquistas y los anarquistas es gigantesca,
mientras que la separación entre los minarquistas y, por ejemplo, los
estalinistas, es relativamente pequeña: Los anarquistas rechazan la
noción de que está permitido emplear la violencia contra alguien que no
ha cometido un acto de agresión, independientemente de cuánto se desee
que esa persona inocente coopere con sus fines o cuán importantes sean.
Los minarquistas, empero, defienden el derecho a iniciar la agresión
bajo cualquier circunstancia donde ellos decidan que el uso de la
coacción es realmente útil. La diferencia entre minarquistas y
totalitarios es sólo de grado: el totalitario considera bastantes más
fines políticos de tal importancia como para ser obtenidos mediante la
violencia contra individuos pacíficos que los que reconocerían los
liberales partidarios del estado mínimo. El estalinista argumentaría que
proveer a cada ciudadano con cuidado médico gratis es tan valioso que
requiere que se use el omnímodo poder del estado para forzar la
cooperación hacia ese fin, mientras que el minarquista no reconoce
ningún fin fuera de la provisión de defensa contra agresores
no-estatales o de un estado extranjero, y estará dispuesto a usar la
violencia para que apoyen ese fin.
Sin embargo, los dos están de
acuerdo en que, si uno de los fines se considera suficientemente útil y
valorado, entonces es aceptable la iniciación de la violencia contra
aquellos ciudadanos que no compartan voluntariamente esa idea, y también
contra los que la valoren simplemente menos que uno mismo. (Que esto
último es verdad puede vislumbrarse considerando que aunque dos personas
estén de acuerdo en que el estado deba mantener un ejército para la
defensa de una posible invasión, pueden diferir sobre cuánta riqueza
dedicar a tal empresa. El que apoya mayores gastos militares debe estar
dispuesto a emplear la fuerza contra el otro simplemente para
convencerle de que aumente su contribución más allá del nivel que
elegiría libremente, libre de cualquier amenaza) (...).
Así pues, yo veo que la distinción entre anarquista y estatista es la más
fundamental brecha política. Una vez que uno acepta la noción de que
iniciar la agresión es aceptable bajo algunas circunstancias, queda
abandonado el fundamento de la libertad humana y todo lo que nos queda
es discutir qué grado de esclavitud es aceptable. Habiéndose aventurado
en tal camino, los liberales minarquistas no deberían sorprenderse ante
las dificultades que afrontan al intentar contener el constante
crecimiento de su Estado Gendarme."
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